Un caso de Síndrome de West

 La chica de 13 años ya había sido dada de alta de todas las instituciones, públicas y privadas, su diagnóstico era Síndrome de West. El Síndrome de West es un tipo de parálisis cerebral por lo que toda la terapia que habían aprendido padre y madre era para que las extremidades de la niña no se endurecieran, más allá de eso no había esperanza alguna.

En CIATEB recibimos la foto para diagnóstico de la niña, la envió su tía, a quien hacía poco habíamos tratado por un problema muy distinto, había venido desde Phoenix para que la atendiéramos y quedó tan sorprendida que decidió probar si podíamos ayudar a su sobrina. Como todas las fotos para diagnóstico recibí únicamente la foto, sin datos ni información sobre la niña. La mandé a analizar y apareció que en la frente tenía un bloqueo electromagnético, una neuropatía. Se lo informé a quien me mandó la foto siguiendo el protocolo que hago en automático y la familia de la niña se apresuró a hacer la cita y al día siguiente en la tarde la recibiríamos.

La niña entró al consultorio siendo un bulto en los brazos de la mamá. Recuerdo que sus ojos virolos eran muy notorios, incluso más que el hecho de que se estuviera chupando el dedo gordo de la mano derecha, porque esos ojos mostraban mucho movimiento, parecía que algo intentaba ver. El resto de la descripción de ella cae dentro de lo que para mí es común en un caso de parálisis cerebral, así que no le dedicaré tiempo.

Cuando extrajimos la neuropatía pasaron dos cosas que yo nunca había presenciado; 1) la mano derecha de la niña que estaba en su boca se cayó en automático y quedó estirada sobre su costado; y 2) sus ojos se comportaron como maquinita de apuestas en Las Vegas, subieron, bajaron y terminaron centrados, parejos. Cuando la mamá entró al consultorio y vio a su hija reaccionando de otra manera, de una forma distinta a la de siempre, ahora con movimientos que parecían controlados, sólo pudo echarse a llorar y agradecer.

Pero a pesar de esta escena lo que más recuerdo de esta noche es que mientras se terminaba el tratamiento a otra persona de la familia les hablé a sus padres sobre la importancia de que le pusieran a la niña música de Mozart y le leyeran poemas (reales, no de García Márquez o Sabines) para provocarle nuevas conexiones neuronales en su cabeza y ayudarla a madurar más rápido su cerebro. Su mamá me dijo que nunca había leído poesía, así que tomé mi libro "Para soñar y no dormir" y le leí una poesía, y entonces la niña hizo algo que nunca antes había podido hacer; clavó su mirada en mí y la mantuvo fija todo el rato que estuve recitando (recité 3 o 4 poesías esa noche), no podía tener mejor auditorio. Fue su primer acto motriz coordinado.

Hoy la niña aleja moscas de su cara sin pegarse, te toma de la mano y te suelta si se lo pides, ya es muy parlanchina, sus papás están felices y dicen que ya sueñan con verla cómo se levanta de su silla de ruedas y camina, pero si me acerco a ella y le recito un poema deja de hacer cualquier cosa que esté haciendo y clava su mirada en mí todo el tiempo que yo recite.

Para más información pidan el libro "El Sistema Circulatorio Emocional" (disponible también en versión electrónica en Amazon).

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